Desde mi Atalaya. En Busca del pasado

     Inicio una pequeña serie de artículos sobre historia centrada en el barrio del Polígono, titulada "Desde mi Atalaya", publicadas en el periódico Vecinos. 

En busca del pasado

                El Polígono es un barrio de nueva construcción y, por lo tanto, de emigrantes. Todos, salvo las últimas generaciones, somos de otros lugares, como, por otra parte, sucede con los habitantes de la mayoría de pueblos y ciudades. La memoria que configuró nuestra identidad es reciente y está vinculada principalmente al espacio simbólico urbano, ligada al movimiento asociativo y la participación.

Lo anterior a la creación del barrio se encuentra difuminado o perdido, suele sernos extraño. El “poligonero” mira a Toledo para buscar lo histórico. Así, construimos nuestra identidad cultural, los sentimientos de pertenencia, con base en un pasado cercano y externo.

Tal vez por eso, o por la historia tan potente de la ciudad histórica,  solemos dar poca importancia a los elementos del pasado que nos rodean, aunque todos nos hemos sentido alguna vez atraídos  por la Atalaya que nos guarda. La humildad de los vestigios del pasado, o la poca difusión que se suele dar a estos, no ayuda a sentirlos como nuestros y a valorarlos.

Son varios los elementos arqueológicos que permanecen ignorados. Muchos, en un barrio con tanto desarrollo constructivo, probablemente han sucumbido antes de que pudiéramos conocer de su existencia; otros, permanecen registrados en expedientes o informes administrativos, sin más difusión, y su materialidad, probablemente, pasó, o pasará, a mejor vida al cimentar una obra, o quedará oculta bajo metros de tierra, sine die, en una glorieta, un vial, o una zona ajardinada; por último, los bienes materiales recogidos en las excavaciones duermen el sueño de los justos en oscuros almacenes del museo de Santa Cruz. Lo que no se conoce no se valora, y parece que es lo que se busca, que no se creen sensibilidades que puedan “entorpecer” el desarrollo urbanístico.

En esta “sociedad del ocio” se valora, cada vez más, el acceso a la cultura como una mejora en la calidad de vida. El conocimiento del pasado, de otras formas de vida, contribuye a mejorar la capacidad crítica y, por lo tanto, a entender mejor el presente.

Estamos orgullosos de pertenecer a este barrio y, para apreciar el pasado, no es necesario contar con grandes monumentos patrios. No precisamos acreditar nuestros orígenes buscando un pasado respetable que justifique nuestro presente. Somos del lugar donde vivimos, y nuestras “señas de identidad” se encuentran aquí también, aunque hayamos nacido en otra parte. Los restos del pasado que existen en el barrio, aunque humildes, son nuestra herencia y deberían poder ser conocidos, contemplados y disfrutados.

Desde mi Atalaya miro buscando las huellas del pasado. Durante millones de años la naturaleza se bastó. Fuerzas geológicas inmensas formaron el territorio; el suelo, rocas y fango, y el río modeló, finalmente, la ligera ladera donde, después, se asentaría nuestro barrio. Más tarde, en el último suspiro del mundo, llegamos los humanos. Primero, en pequeños grupos o bandas, siempre en movimiento; pescando, cazando o recolectando, sin apenas dejar rastro. Más tarde, aprendimos a sembrar la tierra y a pastorear el ganado. Poco a poco, sin dejar de caminar, nos fuimos asentando; crecimos, deforestamos, construimos sistemas de riego, edificamos moradas y poblados,  enterramos a los muertos o guerreamos; dejando en la tierra la huella de nuestro paso.

En lo que podamos, intentaremos dar a conocer nuestro humilde patrimonio con el fin de contribuir a que ese pasado “lejano”, más allá del movimiento vecinal, también pueda formar parte de nuestra identidad cultural.


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