Vega Baja ¿Y- ahora qué?

Durante mucho tiempo ha resultado inútil intentar convencer a los poderes públicos de que Vega Baja era algo más que las zonas protegidas como Bienes de Interés Cultural, a pesar de la evidencia abrumadora de la existencia de restos arqueológicos dispersos por toda ella. Sin contar con las obligaciones y compromisos internacionales de proteger el paisaje de las vegas, en el mundo sólido de la materialidad arqueológica, muchos han tenido que meter el dedo en la llaga para creer, y aun así, a algunos está claro que les molesta el patrimonio, y siempre les ha importado un bledo.

A pesar de las continuas declaraciones desde la administración de respeto al patrimonio, la realidad de la historia de Vega Baja dice otra cosa completamente distinta. Lo que han hecho por preservar el patrimonio, ha sido poco o nada. La administración regional sólo in extremis, cuando ya era innegable la importancia de lo que allí había, paralizó el proyecto urbanístico Vega Baja I, pero hasta el último momento hubo dudas. La declaración BIC fue tan forzada, que los límites se trazaron a escuadra y cartabón, ajustados al proyecto urbanístico, algo que ya era inverosímil en aquel mismo momento, pues lo excavado mostraba claramente que los restos se prolongaban hacia otras parcelas. Está claro que era un absurdo arqueológico que el yacimiento topara abruptamente con una línea dibujada en un papel, pero en lugar de cumplir con sus obligaciones de promover investigaciones para saber si el yacimiento se extendía más allá, y así proteger el conjunto completo y no sólo una parte, no lo hicieron, no fuera a ser que aparecieran más piedras. Y ahí quedó todo. Bueno no, la misma administración regional encargada de la tutela del patrimonio, aprobó uno tras otro todos los planes y proyectos urbanísticos redactados por el Ayuntamiento, que eliminaban las protecciones previas, y planificaban construcciones por toda la Vega Baja, incluso encima del yacimiento que ellos mismos habían declarado BIC.

Por su parte, la administración local, hizo todavía mucho menos. Ha sido la responsable de la redacción de todos y cada uno de los planes y proyectos urbanísticos que se pretendían desarrollar sobre Vega Baja, desde el convenio inicial con Defensa para que se pudieran construir más de 900 viviendas en el suelo que hasta ese momento estaba protegido, hasta el momento actual, en que tienen aprobada una modificación puntual del plan de 1986, que permite la construcción, ahora mismo, de 1.300 viviendas sobre el yacimiento declarado BIC, 300 en el antiguo camping del circo romano, y 98 en el entorno del Cristo de la Vega, sobre otro BIC, además de usos dotacionales y terciarios dentro y fuera de las zonas protegidas (incluido El Corte Inglés), sin contar con que en 2017 aprobaron y desarrollaron la urbanización de la UA 34, en Santa Teresa, y la construcción de 4 bloques de viviendas de cinco plantas de los que sólo han podido levantarse dos, claro, por la aparición de restos arqueológicos. Además, han sido los impulsores de la consolidación de aparcamientos irregulares dispersos encima del sitio,  y defensores a ultranza de la construcción del cuartel de la Guardia Civil, todo ello, a pesar de la opinión en contra de expertos y organizaciones locales, nacionales e internacionales, defensoras del patrimonio.

Su mayor éxito en la protección del patrimonio fue la construcción sobre el mismo yacimiento protegido de una senda peatonal (sin seguir algún plan director del sitio que dijera lo que había que hacer, simplemente porque no existe), que ha cortado el yacimiento arqueológico por la mitad, ocultando importantes restos arqueológicos, muchos de ellos aún por excavar. Poco más han hecho, por no decir nada. Tenían obligación desde el 2008 de haber realizado un Plan Especial de Protección y no lo han hecho. Bueno, concedamos que la empresa mixta público-privada, Toletum Visigodo, S.L., en la que participaban todas las administraciones (Junta, Diputación y yuntamiento), además de socios privados, hicieron un buen trabajo con las excavaciones arqueológicas, que permitieron un mejor conocimiento del yacimiento, aunque tal vez a un coste desorbitado. Sin embargo, al mismo tiempo, el final de esta sociedad pone en evidencia los intereses que realmente se tenían. Financiaron y mantuvieron su funcionamiento mientras había esperanzas de urbanizar y sacar beneficio. El gerente de entonces, para asegurarse de no cometer los mismos errores que en Vega Baja I, encargó la realización de prospecciones y sondeos, que mostraron que el yacimiento se extendía por la zona que se pretendía desarrollar en ese momento, Vega Baja II. No debieron gustar mucho sus declaraciones de que el yacimiento se prolongaba más allá de la zona protegida, y al poco dimitió. A partir de entonces, se dejó morir a la empresa.

A muchos les habría gustado tener un suelo blanco, inmaculado, totalmente liso y libre de obstáculos para obtener un gran beneficio, al colocar casitas aquí y allá. Por eso ven el patrimonio como un obstáculo o una mancha. Habrían querido que las parcelas estuvieran “bastante limpias”, o mejor, “limpias” del todo de patrimonio, y como no lo estaban, que les hubieran dejado “limpiarlas”, lo más rápidamente posible, para ganar más dinero. No entienden que existan valores públicos superiores al beneficio económico de algunos, que deben protegerse.

Siempre han negado que el yacimiento fuera más de lo que habían marcado como BIC, porque les interesaba, y lo defendieron a capa y espada para lograr sus objetivos de construir. La obligación como administraciones era intentar arrojar luz, proteger todos los intereses, y los públicos en primer lugar, y en vez de eso, cuando pudieron, intentaron restar valor a los restos arqueológicos, una estrategia política, y de quienes tienen intereses urbanísticos, muy conocida en el mundo de la arqueología, cuando el (“su”) urbanismo “choca” con el patrimonio público.

A pesar de la evidencia, pretendían tirar para adelante, como se quiso hacer en 2005-2006: excavar y documentar los restos como marca la ley, para luego, en su caso, desmontarlos y/o protegerlos debajo de bloques de pisos, o del cuartel, que es casi lo mismo que eliminarlos. Como responsables de la tutela del patrimonio, la administración regional tenía la obligación de delimitar correctamente el yacimiento, porque era evidente desde hacía mucho tiempo, que no lo estaba, y como era lógico, la prospección geofísica encargada ahora ha mostrado que era como muchos decíamos. Si existen restos arqueológicos idénticos a los que aparecen a sólo unos metros de distancia, en la zona protegida, no queda más remedio que protegerlos con la misma categoría, es decir, ampliar el BIC, porque, que esa área esté incluida dentro de un ámbito de protección de la carta arqueológica, está claro que no es la mejor protección para un yacimiento extenso, como es el caso. Si ya existe una zona protegida de esta manera, y existen pruebas contundentes de que el yacimiento se extiende más allá de sus límites, no ampliar la protección a esas zonas podría entrar dentro del supuesto de expoliación contemplado en el artículo 4º de la Ley del Patrimonio Histórico Español, cuando, al urbanizar, se ponga en riesgo una parte de la ciudad visigoda.

Afortunadamente, la presión ciudadana, una vez más, como en aquel lejano 2006, en que muchos creyeron haber salvado el yacimiento, ha conseguido enderezar la situación, doblando el brazo político. Enhorabuena a todos por esta victoria, pero no debemos dormirnos en los  laureles. La experiencia debe guiarnos para no caer en la misma trampa de antaño. Mientras la Modificación Puntual 28, que permite construir en casi toda la Vega Baja, siga en vigor, el yacimiento seguirá estando en riesgo. Y ahora, "el eje" del ladrillo se desplaza también hacia La Peraleda, y por lo tanto, la lucha sigue.

Isabelo Sánchez


Guarrazar



Si quieren aprender historia, de verdad, de la que se graba en la mente y se recuerda, y que ayuda a entender mejor el mundo en que vivimos, visiten el yacimiento arqueológico de Guarrazar, en Guadamur, a apenas 10 kilómetros al sur de Toledo.

Las piedras no hablan por sí mismas. Son los arqueólogos los que las dan voz. Subidos a hombros de gigantes, del trabajo de otros arqueólogos o investigadores de múltiples disciplinas que les precedieron, levantan cuidadosamente los estratos de tierra polvorienta que encierra los objetos distinguidos que estuvieron en uso alguna vez, para intentar reconstruir desde nuestro presente, un mundo que ya no existe. Luego escudriñan archivos, buscan paralelos, comparan, se asombran, imaginan, lanzan hipótesis y las descartan, para buscar el cuándo, el cómo y el porqué, en una eterna rueda que pretende acercarse cada vez un poco más a la verdad, dar sentido a las cosas, que sean posibles. Todo para reconstruir los gestos, las motivaciones, las ideas, de las personas que colocaron allí esas piedras, las abandonaron,  las derribaron, o las saquearon, para volver a levantarlas, poco después,  con otra forma, otro sentido, en un reciclaje sin fin.



Parece mentira que el sitio donde se encontró el Tesoro de Guarrazar, en 1858, permaneciera prácticamente abandonado, y sin que nadie se preocupara por él, hasta este último decenio, cuando Juanma Rojas, que de niño miraba las coronas votiva de Guarrazar en un libro de historia, sin entenderlas, se encontró de pronto con la posibilidad de hacerse cargo de la dirección de este sitio emblemático, y no pudo hacer otra cosa que lanzarse, porque ¡era Guarrazar! 

En muy pocos años, partiendo casi de la nada, porque nada era visible en Guarrazar cuando llegó allí por primera vez en 2011, invirtiendo sus ahorros, y con muy poca ayuda pública, está obteniendo unos resultados asombrosos desde el punto de vista histórico, y espectaculares desde el de la puesta en valor. Porque nada tiene sentido, si la sociedad, al final, no tiene acceso, o no puede disfrutar del patrimonio y el conocimiento. El trabajo en el sitio, no sólo arqueológico, sino para hacer de él un lugar visitable y accesible, es impresionante. Hay muchas horas de trabajo echadas por el arqueólogo y sus colaboradores para que puedan llegar allí los visitantes, aunque tengan alguna discapacidad, o sean los niños, recorrer el lugar cómodamente, y aprender. 



Sólo después de un inmenso trabajo, y de una experiencia de más de 30 años como arqueólogo, puede hacerse hablar a las piedras como lo hace Juan Manuel Rojas. De verdad, no se lo pierdan. 

De la nada, de la historia tradicional y asumida sin reflexión de que las coronas fueron escondidas en Guarrazar cuando los godos huían de la invasión islámica, en ese lugar, precisamente porque era irrelevante, porque pasarían desapercibidas, Juanma está haciendo aflorar un lugar que, cada vez es más evidente, por la entidad de los edificios que están apareciendo, era un sitio singular, y bajo la luz de esa nueva realidad, la historia, incluida la de la ocultación del tesoro por gente que escapaba desde Toledo, cambia totalmente.



Y aquí es cuando Juan Manuel Rojas, en el sitio donde tuvieron lugar los hechos que relata, adquiere otra dimensión. Yo, que he leído sus artículos, y lo he escuchado en  varias conferencias, puedo decir que la historia adquiere otra dimensión cuando te la cuentan en el yacimiento, y en la noche, estrellada, acompañado por los sonidos de la fauna nocturna y de un saxo, mucho más. 



Plantado allí delante, como un maestro de ceremonias, él es arqueología, y la arqueología es él. Todo se funde en una sola cosa. Pasión por la historia, por el conocimiento, y porque lo que sabe, que es mucho, no se quede sólo en su mente. Cuando lo cuenta, cada piedra está donde debe estar, tiene su sentido. Cómo llegó allí, de donde, por qué en esa posición y no otra, por qué desaparecieron, quién se las llevó, lo que pensaban las personas que las colocaron, las ideas, sus creencias, lo que sentían. La fuente explica todo, el origen, el alfa, el porqué del sitio, el valor que daban al agua los antiguos, que nos sirve para reflexionar sobre la poca importancia que la damos ahora, cuando la hacemos brotar de un grifo, con sólo un gesto. El sol sale por donde debe salir, y el peregrino se sumerge de espaldas en el agua purificadora mirando al lugar por donde cada día el sol da la vida. Todo lo demás va tomando sentido entonces, el hospital de peregrinos, el monasterio, y la gran basílica de Santa María de Sorbaces. Juan Manuel Rojas pasea por su nave central, en dirección hacia el altar y el ábside, mirando al este. Imagínenlo caminando sobre un suelo de mármol reluciente, realmente entre cascotes ásperos de la ruina. ¡Pero qué bella ruina! Según se aproxima fantaseo que enseña una corona votiva que sostiene en las manos, símbolo de su sumisión a Dios,  al rey de reyes, mientras clavo una rodilla en el suelo en señal de respeto. Al acercarse, subo tímidamente la mirada y puedo ver que la corona tiene una leyenda en colgantes, y leo,  "Recesvinto". Porque el Rey, realmente estuvo allí. Una de las pocas veces que se puede decir esto con casi total seguridad. 

Sólo cuarenta años después, el imperio más poderoso del occidente mediterráneo se derrumbó inesperadamente, haciéndonos ver lo rápidamente que puede cambiar el mundo o qué frágil es. El tesoro estaba donde tenía que estar.

Mientras, a apenas unos kilómetros, el imperio del mal gusto y la banalidad, del desprecio por el medio ambiente, llena de ruidos estridentes, y rayos de luces, la hasta entonces, maravillosa noche. El omega, el final, la decadencia...


Isabelo Sánchez


Vega Baja. El cementerio islámico de la UA 34. Enfermedad y solidaridad social

 Os traemos un pequeño resumen de un artículo publicado recientemente por Arturo Ruíz Taboada e Isabel Molero Rodrigo, y que nos parece muy interesante: "Arqueological evidence for Pott's disease on historical populations: Tomb 05 at the Roman Circus maqbara as an example of social solidarity (Toledo, Spain)". Trata del estudio de un individuo enterrado en el cementerio islámico del Circo Romano, que estaba afectado, posiblemente, por la "Enfermedad de Pot", o tuberculosis vertebral.


Recorte de un plano del artículo con la ubicación de las actuaciones
Durante los trabajos arqueológicos previos a la construcción de cuatro bloques de viviendas en la Unidad de Actuación 34, en Vega Baja, se descubrió parte de la maqbara (cementerio) islámica que se encuentra en el Circo Romano y sus alrededores. Los investigadores localizaron un muro de 34,62 metros, y entre 0,70 y 0,79 metros de ancho, que pudo haber sido uno de los límites del cementerio, en este caso, el extremo nordeste, y 52 tumbas, cuya demarcación exterior se había perdido, pero que sin embargo conservaban el revestimiento vertical en forma de bloques de piedra, tejas curvadas, madera, piedras de pequeño tamaño y fragmentos de ladrillos.


El rito funerario islámico establece que el difunto debe enterrarse mirando a La Meca. El cadáver se sitúa en el fondo de la fosa, normalmente sin ajuar, sólo envuelto en un sudario. La posición suele ser decúbito lateral derecho con los miembros inferiores ligeramente flexionados. Los brazos cruzados al frente sobre la región púbica y la cara al sureste.

La mayoría de los individuos enterrados tenían una edad estimada entre los 16 y 24 años, aunque, en este caso, 21 de las tumbas eran infantiles. Las fechas que han aportado los análisis de carbono 14 calibrado las sitúan entre el año 664-770, hasta el 863-984, antes del presente (1950). 

La tumba que ha llamado la atención de los investigadores es la 05, que se encontraba en el sector "a" de la intervención Se trataba de un individuo del sexo masculino, de entre 20 y 24 años, que presentaba daños esqueléticos compatibles con una posible tuberculosis que le afectaba a la columna vertebral. Esta enfermedad le habría provocado una curvatura de la columna, y por tanto una posición agachada o jorobada. La altura del individuo fue estimada entre 165 y 167 centímetros y, sin embargo, habría sufrido una reducción de esta, debido a la enfermedad, de entre 20 y 40 cm. El sujeto, además, sufría de hipoplasia dental, que es una enfermedad de los dientes que hace que estos tengan menos esmalte del normal, provocada por fiebre, malnutrición o enfermedad durante la infancia.  En este caso nos está indicando momentos de enfermedad aguda durante ese periodo de su vida.

La enfermedad es común en áreas de mala salud general, y en sociedades pobres, hacinadas y malnutridos. La dolencia, probablemente, le ocasionó dificultades respiratorias y otras molestias, de forma que debía tener problemas para realizar tareas como su propia higiene, alimentarse o trabajar. Las tareas diarias le supondrían una gran dificultad. 

Los datos llevan a los autores a ponen de relieve la idea de que en estas condiciones debió haber necesitado toda una serie de cuidados y atenciones, que sin duda se los proporcionaría el grupo o la familia, es decir, lo que estamos viendo es una probable solidaridad social, o cómo los parientes cercanos y el resto de la comunidad respondieron ante la enfermedad, cuidando de uno de sus miembros hasta la  muerte.

La Vega Baja que queremos: ¿erial, barrio dormitorio, o lugar de disfrute ciudadano y foco de dinamización económica?


Han pasado veinte años desde que el entonces consejero de Sanidad, Fernando Lamata, pusiera sobre la mesa la idea de la construcción de un nuevo hospital. Veinte años después, la infraestructura es una realidad y está a punto de inaugurarse pero, paradójicamente, junto a la mejora sanitaria que se supone que traerá, existe una amenaza que se cierne para una serie de barrios toledanos, que han crecido, comercialmente, bajo la sombra de la atracción de personas que suponía el antiguo hospital Virgen de la Salud. Nadie, sin embargo, parece que había pensado, o planificado, cómo evitar el cataclismo económico que se avecina cuando el centro sanitario deje de funcionar. Como suele ser normal por estos lares, las improvisaciones y parches han surgido en las últimos meses, con una carambola a tres bandas que se plasmaría en la construcción de un nuevo cuartel de la guardia civil en la zona arqueológica de Vega Baja, mientras que el Ayuntamiento, que sólo actúa de intermediario, recibiría el solar que quedara vacante, para la construcción de viviendas para jóvenes.

A nadie se le escapa que la solución es un parche que solucionará poco, porque, evidentemente, el número de visitantes del barrio, en todo caso,  va a caer de forma catastrófica para el comercio local, mientras, se mutila una potencial fuente de generación de riqueza. Tal vez sea el momento de ampliar la visión cortoplacista de puesta a disposición del ladrillo del resto del espacio que aun sobrevive de Vega Baja, lo que supondría un beneficio económico importante e inmediato para unos pocos, pero que convertiría a estos barrios en un suburbio dormitorio anodino más de la ciudad.  Los vecinos, al regresar de sus trabajos, al atardecer, estacionarían sus vehículos, y encerrados en sus bloques de viviendas consumirían televisión, desplazándose a otros barrios o zonas, o a los grandes centros comerciales, a realizar sus compras o disfrutar de espacios abiertos y luz solar.
 
Desde hace varios años, el Patrimonio Cultural se ha mostrado como un elemento importante de dinamización económica de zonas deprimidas. El mismo mecanismo puede actuar a nivel de barrio de una ciudad pero, además, dada la relevancia del objeto a poner en valor; la antigua capital del reino visigodo, las sinergias que pueden producirse en el entorno inmediato, e incluso en toda la ciudad, serían importantes. Además, la amplitud del sitio, rodeado por un lado por la Universidad y el pequeño barrio de San Pedro el Verde, y por otros, por los barrios de Palomarejos, Santa Teresa, y del Circo Romano, permite que la antigua vega pueda convertirse en un elemento de calidad de vida para estos vecinos y por extensión para el resto de la ciudad, con paseos, jardines, o huertos urbanos, en el entorno de bellas ruinas.

En primer lugar sería importante que la ciudadanía comprendiera el valor que tiene el sitio, desde los puntos de vista cultural, de calidad de vida, y económico, para lo cual es necesario, no sólo que los vecinos conozcan el lugar y los proyectos (sólo puede valorarse aquello que se conoce), a través de exposiciones, rutas o charlas, lo cual es un elemento de ocio y por tanto de mejora de la salud espiritual y mental de los ciudadanos, sino que estos deben ver resultados a corto plazo, e implicarse mediante mecanismos de participación en la puesta en valor del sitio, desde el punto de vista patrimonial, natural, o deportivo. Para ello es necesario que puedan aportar ideas, que participen en talleres o campos de trabajo de recuperación del lugar, que se sientan partícipes o implicados en la puesta en valor.

Evidentemente se trata de un gran esfuerzo; de la administración, que tendrá que poner los recursos económicos necesarios para la planificación y la realización de los trabajos, y de los ciudadanos, que se apropiarán así, poco a poco, de un espacio que actualmente se les ha expropiado, y permanece abandonado. Creo que los vecinos preferirían vivir en casas rodeadas de un entorno agradable, en lugar de ocupar una calle y un número de una manzana de viviendas sin alma. El problema es que la opción que se les ofrece en la actualidad es elegir entre pisos o erial. El resto de ciudadanos podrían disfrutar de un gran especio de esparcimiento, donde pasear entre ruinas, visitar, por ejemplo, el gran museo arqueológico de la ciudad, para el que no sería necesario construir ningún edificio, contribuyendo así a la destrucción del paisaje, sino utilizar alguna de las naves que hoy permanecen sin uso del actual campus universitario, o tomar una horchata en el ambiente fresco de un quiosco entre una frondosa arboleda.

Se necesita valentía política para mirar a largo plazo en lugar del ritmo veloz y corto de la gestión de una legislatura. En lugar de hacer Planes Especiales con el objetivo de urbanizar, se requiere un verdadero Plan Especial de Protección y puesta en valor. No parece que redactar un plan de este tipo sea más complicado que el que, al parecer, realiza Busquets. En poco tiempo puede estar sobre la mesa y  servir para empezar a captar los recursos necesarios. Algunas de las tareas a realizar no necesitan grandes inversiones económicas, y el espacio tampoco debería quedar cerrado a cal y canto durante años mientras se realizan los trabajos arqueológicos, lo que quitaría apoyo ciudadano. De ahí la implicación y participación de los vecinos, para que no se sientan ajenos, y la necesidad de que se vean resultados, sin tener que esperar a que se excave la totalidad del yacimiento.

En este plan, el residente local debería ocupar el foco central. Es el vecino de una ciudad histórica, con su cariño y respeto por el patrimonio, con su concienciación, con su presencia en definitiva, el que da valor al patrimonio, el que lo proporciona alma. Cuando se piensa en turismo, nuestras autoridades deberían tener en mente, en primer lugar, esa premisa. Todo debe hacerse para mejorar la calidad de vida del vecino. La vida que los ciudadanos locales proporcionan a la ciudad, y a su entorno, es un elemento esencial de autenticidad, muy valorado por el turismo que verdaderamente ama el pasado y la cultura, porque las ciudades vacías, son ciudades sin alma, es decir, parques temáticos de cartón piedra. No sería lo mismo un espacio  arqueológico más o menos excavado o extenso, ajeno al vecino y encerrado entre vallas y bloques de pisos de cinco plantas, para uso y disfrute del turista. Al mismo tiempo, la apertura de este nuevo espacio cultural podría suponer un cierto alivio en la presión turística del centro histórico de la ciudad, al diversificar la oferta.

Hemos llegado hasta aquí con un espacio que, aunque mordido indecentemente por sus bordes, y amenazado, todavía sobrevive a duras penas. Mantiene su gran valor cultural. La silueta del casco histórico, allá en lo alto, todavía es visible, lo que lo convierte en un paisaje excepcional. La situación es la que es, para bien y para mal. No debería ir a peor. Los vecinos tienen que sentir que ese espacio sirve, primero para su disfrute, y luego para su economía. No será muy difícil crear zonas ajardinadas, parques, o espacios para actos públicos o de ocio, como representaciones teatrales, mercadillos visigodos, o actividades de participación como recreaciones históricas, en armonía con las ruinas, allí donde sea posible. Después, todo vendrá rodado. El valor excepcional del yacimiento, el ambiente creado, lo dará un valor añadido que hará que se venda, como se suele decir, solo, creando un foco importante de generación de empleo y riqueza.


Existen pocas ciudades que puedan decir que tienen dos diamantes. Uno es el casco histórico, ya está tallado, con sus brillos y sus sombras.  El otro, la Vega Baja, está en bruto, y necesita que se le haga brillar. ¡Sean valientes!


Puedes leer este artículo en:

y


Las joyas de la corona visigoda. El Tesoro de Guarrazar

Interesante artículo de difusión sobre el Tesoro de Guarrazar, escrito por el arqueólogo y director del yacimiento arqueológico de Guarrazar, Juan Manuel Rojas Rodríguez-Malo. En él se cuenta la historia del descubrimiento del tesoro, su desmontaje y venta, y su recuperación desde Francia, durante la Segunda Guerra Mundial. Una historia de película. También incluye la historia de las excavaciones arqueológicas, las primeras interpretaciones, y los avances y descubrimientos que se han realizado en los últimos años que han llevado a los investigadores a concluir que Guarrazar fue un Santuario Regio, y que las coronas votivas, al contrario de la teoría tradicional, que explicaba que las joyas habían sido trasladadas desde Toledo y escondidas en el sitio durante la invasión musulmana en el 711, siempre habían estado allí, porque fue el lugar donde los reyes godos las depositaron como ofrenda. 

Aunque tenemos costumbre de colgar mayoritariamente artículos digitalizados y/o de Acceso Abierto, también es necesario que la industria cultural obtenga beneficios para que pueda seguir ofreciéndonos trabajos y cultura, por lo que os animamos a ir al kiosko a adquirir este interesante número 197 de la revista "Historia National Geographic", donde aparte del artículo sobre el Oro de los Visigodos, podréis leer otros artículos muy interesantes sobre historia, que os ayudarán a sobrellevar el encierro. 
Para saber más sobre Guarrazar-Sorbaces y los Visigodos, os invitamos consultar en nuestro blog las entradas correspondientes a "Guarrazar" y "Visigodos".

Colección arqueológica del Museo de Santa Cruz. El último canto del cisne (y III)

Isabelo Sánchez Gómez
Licenciado en Geografía en Historia


"Pero una vez más la historia del Museo de Santa Cruz nos recuerda a la bella y triste Penélope, mujer de Ulises, que pasó gran parte de su vida tejiendo y destejiendo un tapiz con la esperanza del retorno de su esposo. De este modo y una vez más, el Museo se ve obligado con motivo de una nueva exposición temporal, a desmontar su exposición permanente, volviendo a guardar, nuevamente, sus fondos de la sección de Arqueología y gran parte de la de Bellas Artes."
Alfonso Caballero Klink. 2017:  El Museo de Santa Cruz de Toledo

 
Acceso a la exposición permanente del Museo de Santa Cruz de Toledo, en 2013



Siguiendo con esta serie sobre la Sección de Arqueología del Museo de Santa Cruz, os traigo hoy el último "canto del cisne", antes de que la colección se guardara una vez más, como consecuencia de la instalación de la exposición de "El Año Greco", hasta el momento actual.

Vitrinas Paleolítico y Neolítico-Edad del Bronce. Arqueología. Museo de Santa Cruz

En el año 2008 se cerraron las salas de arqueología ubicadas en el sótano, debido a los problemas de humedad, aunque ya en esos momentos la museografía estaba muy anticuada, y el espacio claramente era inadecuado. Aunque todo el museo ha sufrido las consecuencias de las grandes exposiciones, y de las esperas para el gran montaje que se debería haber hecho contando con el espacio de Santa Fe, parece que la colección de arqueología ha sido la más afectada, siempre provisional, y en movimiento de edificio en edificio, y dentro del propio Museo de Santa Cruz, de espacio en espacio, o guardada y vuelta a montar, cada cierto tiempo.

Colección Arqueología. Aspecto del crucero. Museo de Santa Cruz. 2013

La mayoría de los museos provinciales de nuestro país se han caracterizado por ocupar generalmente edificios históricos adaptados, y por lo tanto por tener problemas para adaptar el discurso y las instalaciones museográficos,  con la conservación y mantenimiento del edificio y de las colecciones, y de espacio. Para el caso del Museo de Santa Cruz, la crónica falta de recursos económicos y de personal, ha bloqueado cualquier planteamiento de crear una institución que pueda cumplir adecuadamente sus objetivos.

Vaso Campaniforme. Ajuar Necrópolis del Valle de las Higueras. Huecas. Toledo 2.400 a.C.

En el año 2000, la exposición "Carolvs" supuso el parón definitivo de las salas permanentes. Las colecciones fueron retiradas. Las labores necesarias de rehabilitación fueron demoradas, al tiempo que se iniciaban las obras de Santa Fe, ampliación que debería de haber supuesto la solución definitiva para el museo. Sin embargo, tal vez este fue el  motivo del calvario que la exposición permanente sufriría a partir de ese momento, ya que el planteamiento era no volver a montarla hasta que dichas reformas y nuevos espacios estuvieran disponibles. Las obras de Santa Fe se prolongaron más allá de lo previsto, debido entre otras causas a la aparición de restos arqueológicos, algo con lo que debía haberse contado desde el primer momento.

Detalle de Estela con Guerrero, Las Herencias. Toledo. siglo VII a.C.

Ante la finalización de las obras, en el año 2004, se anunció la inmediata contratación de los proyectos museográficos, sin embargo, por diversos motivos el espacio siguió sin ser destinado al uso para el que había sido remodelado. Al final, como consecuencia de la falta de uso sufrió desperfectos que hicieron necesaria una nueva reforma. La eterna espera ralentizó o dificultó cualquier otra inversión con la expectativa de su pronta apertura. Los cambios políticos, y la falta de una política de museos clara y definida por parte de la administración regional, acabaron por desbaratar toda esperanza en un museo decente.

Urna funeraria. Santa Cruz de la Zarza. Toledo, Siblo VI a.C.

La “promesa”, o el “deseo”, de un espacio propio para la arqueología de Toledo ha flotado y sigue flotando en el ambiente de la sociedad toledana, derivado de la visible precaria situación de la exposición permanente de arqueología que tradicionalmente ha tenido el museo, y la incomprensible falta de concordancia entre una ciudad repleta de tesoros arqueológicos, y la no existencia de un lugar adecuado para exponerlos.

Cerámica a mano bícroma procedente de ajuar funerario. Casa del Carpio. Belvis de la Jara. Siglo VII a.C.

En tanto en cuanto se tomaban decisiones, en el año 2009, el director entonces del museo, Alfonso Caballero Klink,  decidió volver a instalar la exposición permanente en la parte alta del crucero, y en el caso de la arqueología se dispusieron para ello vitrinas nuevas, e incluso se abrió un nuevo espacio “Mudéjar” en unas habitaciones de la planta baja. Esta exposición, con un claro carácter provisional, hay que decir, sin embargo, que fue, probablemente, la única salida encontrada por el técnico para poder ofrecer al público, aunque fuera mínimamente, el patrimonio arqueológico, sacándolo de las cajas de los almacenes.



El crucero alto es un espacio diáfano impresionante en forma de cruz, que presenta grandes posibilidades para poder exhibir los objetos de una forma atractiva para el público, aunque con las debidas adaptaciones técnicas. Frente al sótano, donde se encontraba anteriormente la colección de arqueología, sin duda, no hay comparación, aunque claramente se veía que el montaje era una solución, de nuevo, provisional. En aquel entonces, el crucero inferior, estaba completamente vacío, y solía dedicarse para la realización de actos públicos, principalmente de representación política. La sensación que transmitía la profunda oscuridad y vacío de la planta baja era de extrañeza y desazón. 


Todas las piezas de la colección permanente, desde el Paleolítico hasta la época moderna, fueron ubicadas en el mismo espacio del crucero, dispuestas en una sucesión cronológica que avanzaba, desde el punto de arranque, en la Prehistoria, recorriendo todos los brazos del crucero, hasta la vuelta al mismo punto de salida. La arqueología se situó en el primer brazo, que se había dividido mediante un sistema de mamparas que servían a la vez para contener pequeñas hornacinas con materiales arqueológicos. 


No trato aquí de criticar la buena voluntad del director del museo, que probablemente consideró que era la única solución viable para exponer las colecciones, e hizo lo que pudo, sino la dejadez de la administración. El espacio que permitía visualizar la exposición de arqueología era mínimo, dando una sensación de estrechez que no invitaba a permanecer en el lugar durante mucho tiempo. La exposición se presentaba mediante los  objetos, vitrinas y tarjetas identificativas,  sin ningún elemento más de apoyo, ni un cartel, ni paneles, ni fotografías, etc. En las vitrinas se exponían las muestras que pueden considerarse más representativas, sin ningún interés por mostrar conjuntos completos y mucho menos contextos arqueológicos, culturales o paisajísticos. Las piezas se identificaban mediante tarjetas informativas, la mayoría de veces individuales, aunque también se utilizaban para describir pequeños conjuntos, con una inscripción sucinta, una pocas líneas donde se decía qué era, la fecha, su procedencia, y sólo en español. No existía ninguna información más, ni textual ni visual y, está claro que los objetos no hablan por sí mismos.

Ataifor. Talavera de la Reina. S. XI. Cerámica con decoración de cuerda seca parcial


Si no hay ningún elemento de apoyo, sin didáctica, es imposible que el museo pueda cumplir una función social. En este contexto el museo no es museo, sino sólo un relicario, un gabinete de curiosidades, un escaparate donde el único recurso para que el cliente “compre” el producto, es la estética del objeto. Los materiales aparecen así despojados de la “inteligencia” que los eleva sobre el resto de objetos que cotidianamente nos acompañan.


Por su parte, la guía que se editó del museo proporcionaba muy poca información en relación a la arqueología, sólo una enumeración de los elementos que podíamos encontrar en la exposición. Esta enumeración, además, no contemplaba algunas de las piezas, tal vez porque fueran introducidos posteriormente a la edición de la misma, como son el verraco, o los recipientes procedentes del Cerro de la Mesa. La guía incluía la descripción de tres piezas de una forma un poco más extensa: el relieve celtibérico de El Cerrón (Illescas), un bronce romano que representa a Hércules, y un brocal de pozo de la taifa toledana. El folleto aportaba poca más información referente a los materiales. Tampoco el espacio web dedicado al museo aportaba mucha más información. Una página web permite ampliar prácticamente sin límites todos los espacios de la exposición física, permite la planificación de la visita y obtener otras informaciones relacionadas con el establecimiento, pero en este caso no era así.



Hasta el año 2012, cuando fue desmantelado, existió un gabinete de Educación y Acción Cultural que se encargaba entre otras actividades de organizar conferencias, talleres infantiles y otras propuestas didácticas. El objetivo final debe ser acercar el museo a la sociedad, y para ello deben valerse de métodos didácticos, actividades y técnicas de comunicación.  En la comunicación del significado de los objetos al público es donde el museo cumple su función social y por lo tanto justifica su existencia. Con una difusión nula o deficiente, y por lo tanto con una percepción del museo como algo ajeno y sin utilidad, es difícil atraer al público.


Aspecto del crucero inferior desde el alto. 

Cuando se permite o, mejor dicho, se condena a los museos a subsistir con unos recursos extremadamente limitados, lo que se está haciendo es privar a la sociedad de lo que es suyo, la cultura, lo que puede traducirse como un “desprecio” de los poderes políticos al público en general. En todo caso, bueno o malo, ese fue el último momento que vimos lo que podríamos denominar una exposición de arqueología en el Museo de Santa Cruz, su último canto del cisne.


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