Este miércoles he asistido a la
presentación del libro “Arqueomanía. Historia de la arqueología” de Manuel
Pimentel y Manuel Navarro, basado en los yacimientos arqueológicos que a lo
largo de los cinco años de vida del programa de televisión han visitado,
grabado y contado. Ambos autores se encontraban encantados con el lugar donde
tenía lugar la presentación, el crucero bajo del Museo de Santa Cruz. Pimentel
incluso ha afirmado que nunca, a pesar de los cientos o miles de presentaciones
de libros que ha realizado, lo había hecho en un lugar como ese, en ese
fantástico envoltorio. En cierta manera los autores estaban extrañados, como lo
estábamos el resto de asistentes, porque esto, evidentemente, no es normal, ya
que no parece el lugar más adecuado para hacer una presentación, entre
extraordinarias obras del Greco.
Coincidente con la celebración
del año Greco, en 2014, nacía la Asociación de Amigos del Museo de Santa Cruz, que
entre sus objetivos se encontraban los de colaborar con el museo, y ayudar a la
recuperación de la exposición permanente, una vez finalizadas las exposiciones.
Al frente de la misma estaba el antiguo director del Museo, Rafael García
Serrano, que se jubiló en el año 2008. Él era director cuando tuvieron lugar
las obras de restauración del Convento de Santa Fe, cuyo objetivo siempre fue
la ampliación del Museo de Santa Cruz. Ya en 2004, a punto de finalizar las
obras, Rafael anunció la inmediata convocatoria del proyecto museográfico para
el nuevo museo, aunque la licitación definitiva del proyecto se demoró hasta
2007, y él ya no pudo verlo estando en activo.
Ni él ni nadie. Primero fue la
aparición de grietas como consecuencia de las obras del Palacio de Congresos.
En 2000, tras treinta años desde su adquisición por el Ministerio de cultura,
tuvo una apertura efímera para albergar una exposición del Greco, y se volvió a
cerrar debido al deterioro sufrido mientras estaba cerrado, que hacía
necesarias nuevas obras. Los trabajos finalizaron justo para las celebraciones
del año Greco, y ya se anunció que, inmediatamente después, se retomaría el
gran proyecto museográfico de Santa Cruz y Santa Fe. Esto nunca sucedió. El museo
parecía maldito.
Sin tener en cuenta otras
penurias, ser director de un museo que “siempre está por crear” debe quemar
mucho. Leí unas declaraciones muy significativas del anterior director, Alfonso
Caballero Klink, tras jubilarse: “Jamás hubo voluntad para hacer una política
de museos seria”. Siempre en la
precariedad impuesta, en una tensa espera del ahora sí, pero no, en la
desconfianza. Alfonso se marchó sin haber conseguido que se implantara un
proyecto museográfico serio, y con la colección arqueológica guardada en cajas.
Me puedo imaginar también el regusto amargo de Rafael, al jubilarse sin
conseguir ver hecho realidad, después de duros años de trabajo y esperanzas, su
Gran Museo de Santa Cruz
Y es que la política suele tener prioridades
y caminos inescrutables. Quién sabe el porqué de estas políticas culturales inciertas,
cambiantes o siempre demoradas, que queman a los profesionales y confunden a
los ciudadanos. Somos muchos los que no entendemos por qué, Santa Fe, uno de
los edificios más significativos y espectaculares de la ciudad, que conserva
los restos de los últimos palacios musulmanes, que debía haber sido destinado
al fin para el que fue restaurado, la ampliación del Museo de Santa Cruz, fue entregado,
de la noche a la mañana, a un
coleccionista privado para albergar su colección de arte contemporáneo.
Rafael García Serrano actuaba
como presentador de los dos autores del libro. Un acto, sin duda, que tenía
lugar en un lugar sublime, pero que a nadie se le escapa lo inapropiado del
sitio. Tampoco se le escapa a nadie que se estaba presentando un libro de
arqueología, en una ciudad llena de arqueología, que viven en gran parte de su
historia, pero en la que paradójicamente no se quiere a la arqueología, porque
los yacimientos arqueológicos excepcionales se destruyen, y los materiales
recuperados se ocultan en cajas guardadas en oscuros almacenes. Ni siquiera se
respeta el trabajo gratuito, y necesario, de quienes quieren colaborar en la
preservación y difusión del patrimonio, como son la Asociación de Amigos del Museo
Santa Cruz ¡Vivo! En 2014 se decidió que la Iglesia de Santiago del Convento de
Santa Fe, se dedicara a uso polivalente, entre ellos sala de conferencias.
Desde entonces, esta asociación realizaba allí sus actos. La administración
regional ha arrojado el futuro del museo por el agujero negro de la Colección
Polo, y al hacerlo ha arrebatado, sin mucho rubor, ese espacio tan necesario
para sus actividades a los amigos del museo, al propio museo que carece ahora
de una sala donde poder realizar cualquier presentación, charla o taller, y
como consecuencia, a la ciudadanía. No parece muy lógico que la política
cultural se haga de espalda o ignorando a los vecinos. Debe ser, efectivamente,
la maldición del museo. ¡Sólo nos queda gritar nuestros lamentos!